Fue difícil: los tiempos de cada uno variaban, y la única constante era mi mamá. Ante esta situación, decidimos buscar ayuda. Mi padre, cada vez más, perdía habilidades para atenderse solo. Logramos contratar a una cuidadora que nos enseñó mucho sobre cómo manejar a una persona discapacitada. “Mucha paciencia y amor”, nos decía. Estuvo con nosotros dos años.

Luego contratamos a Araceli de lunes a viernes y a Silvia para sábados y domingos. Ellas se volvieron parte de nuestra familia; atendieron a nuestro amado padre hasta el final, el 6 de septiembre de 2018. Estamos infinitamente agradecidos con Araceli y Silvia.

Pero sucedió algo que nunca consideramos: las cuidadoras habían creado un lazo de afecto con mi papá, y ellas también entraron en estado de duelo. Araceli viajó a Michoacán, donde está su familia, para tranquilizar su tristeza, y Silvia nos visitaba llorando, recordando a mi papá.

Fue en esos momentos cuando nació la idea de atender a las y los cuidadores, que son como ángeles que ayudan con su corazón y sus conocimientos a hacer más llevadera la vida de las personas que amamos y que están en situaciones de discapacidad.